sábado, 4 de julio de 2009

Postergación

Te odio por no despertarte en las mañanas bajo mis sábanas;
porque no es junto a mí con quien despiertas ni es mi aliento el que te
escupe en las mañanas.
Te detesto por tenerme prisionera en esta cárcel de hueso y tejidos de la que sólo sacas
nada más que a pasear de vez en cuando en tus baños de agua tibia.
Te maldigo por dejarme gobernar apenas algunos pensamientos
y no tu boca, tu piel o tus dedos como a ella le has dejado.
No soy celosa,
es que soy…
esas palabras que a veces logran colarse como obstáculos en tus discursos de seriedad y
academia.
Esos versos arraigados en lóbulos que se amontonan al caer en vertederos cerca de
la zona más profunda del inconsciente.
Soy las estrofas apiladas como bloques donde se sienta la santa madre de los recuerdos; y las metáforas, las alegorías, las antítesis, las símiles y los retruécanos que has
preferido ocultar detrás del alma por donde casi nunca pasas.
Y yo, aquí, observándote sagaz y tentadora
alocada por visitar tus articulaciones lingüísticas.
Bajar deliciosamente desde el lóbulo hasta el túnel de ceguera que llega hasta tus labios.
Quiero llegar allí, húmeda, tibia, suave como una sabrosa vulva entre tus dientes para
que me desvirgues con tu lengua estos deseos de ser poesía.
Llegar a tu garganta y regurgitar en orgásmicas vibraciones.
Temblar tus cuerdas, soplar, soplar el aire para que me agites desde allí una y mil veces
liberando el placer de la musa.
Tengo celos, poeta, porque la amas a ella y a mí me has dejado postergada y subyugada
bajo la finísima piel de tu lengua.